REGRESO
AL PASADO
Desde hace muchos
años sueño con realizar andando el itinerario
que hacía mi padre desde Encinasola de
los Comendadores hasta el molino en el Río
Huebra con las dos acémilas cargadas con el grano que debía
moler y así retornar al pueblo o bien al lugar donde debía
descargar los sacos con la harina debidamente molturada. Ese camino
lo realicé muchas veces acompañando a mi padre, Camilo,
hasta que emigramos del pueblo cuando yo tenía 10 años.
Los recuerdos de aquellos días permanecen indelebles en
mi memoria, por esa razón ahora quiero repetirlos y vivirlos
nuevamente por aquel entorno tan espectacular.
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Pista al Río Huebra |
El camino que utilizaba mi padre partía de Encinasola hacia
la salida al sur para encontrarse con el Arroyo de la Bardionera que
dejamos a la izquierda siguiendo hacia el sur hasta la Mata de
las Rodillas y
la Charca de la Carbonera. Algo más al sur cruzaba el camino el
Arroyo Grande ascendiendo suavemente hasta un
alto a casi los 700m de altura desde donde ya se aprecia la depresión del Río Huebra al
que comenzamos el descenso con suavidad y llegar a la caseta
donde se dejaban algunos materiales, caseta con techo de teja
roja. El descenso
hacia el molino que ya tenemos a la vista es cruzando lanchares
de granito hasta el molino y sus alrededores en el término de Barreras.
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Sendero al Río Huebra |
El Molino del Salto, que así se llamaba, se halla en el cauce
del Huebra a 600m de altura, tiene una presa
para acumular agua y así disponer
de fuerza hidráulica en épocas de sequía cuando
el cauce disminuía considerablemente llegando a interrumpir el
trabajo de la molienda. Estaba construido de forma muy sólida
para afrontar los salvajes embates de las crecidas puntuales de las aguas
del río, grandes bloques de granito tallado soportaban el techo
abovedado igualmente de granito, asentado sobre la base también
granítica. Era como un búnker blindado. El molino fue construido
por mi abuelo Juan Antonio en la década de 1.920/1.930 cuando
la familia retornó de Argentina después de haber ahorrado
lo suficiente para sobrevivir aquellos años de penurias económicas
en esas alejadas y abandonadas tierras del oeste salmantino donde
la vida resultaba en una constante lucha diaria por salir adelante
y con
un futuro con pocas esperanzas.
Las crecidas de las aguas lo cubrían completamente en momentos
puntuales, durante una de ellas fui testigo con unos 7/8 años.
Las aguas empezaron a superar la presa con cierta rapidez, mi padre,
muy deprisa y asustado, empezó a recoger la molienda, cargó las
caballerías y rápidamente ascendimos hacia la caseta en
la zona más elevada, se había oscurecido todo alrededor,
la tormenta era brutal. Desde lo alto miramos hacia el molino que ya
estaba cubierto por las turbias aguas, muy deprisa pues aún nos
quedaba el cruce del Arroyo Grande que bajaba
también con un ímpetu
sorprendente. Al llegar al punto de cruce las caballerías estaban
aterradas al ver aquel cauce que podría arrastrarlas con toda
la carga, sin contemplaciones y decidido, mi padre prácticamente
empujó las acémilas hacia el otro lado, poco faltó para
que hubiera terminado en tragedia aquel drama inesperado.
Este episodio fue una excepción puesto que la multitud de ocasiones
en que fui con mi padre al molino fueron emocionantes todas ellas. Cuando
tomaba la red para pescar en los puntos donde los peces confiados se
acercaban a las rocas con poca profundidad, que mi padre conocía
perfectamente, se preparaba sigilosamente agachado con la red lista para
lanzarla sobre ellos, arrastrarla hacia la orilla cuidadosamente para
no dejar huecos por donde podrían huir los barbos y finalmente
ir pillando uno a uno a la cesta de mimbre hasta llenarla completamente.
Aquello sí que era emocionante.
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Cruce del Arroyo Grande |
En la orilla de las aguas de la presa había muchos juncos, mi
padre cortaba un buen puñado de ellos, los ataba con una cuerda
preparando un gran haz, luego me ataba una cuerda a mi muñeca
y me subía al haz de juncos, yo remaba con mis manos por las tranquilas
aguas disfrutando de aquellos agradables momentos de verano. En una ocasión
descubrí, del otro lado de la presa entre las rocas húmedas,
un curioso ruido, me acerco y compruebo que estaba lleno de cangrejos,
pudimos llenar un cubo con aquellos bichos negros que luego en el puchero
se ponían rojos como tomates, estaban riquísimos. En el
pueblo se sorprendían de que comiéramos aquellos bichos
tan raros. Más tarde se convirtieron en un rico y caro producto
culinario.
Una noche de verano, mi padre junto a otros amigos, me llevó a
una charca en el Arroyo de la Rebofa muy
cerca de la desembocadura en el Río Huebra.
Cruzaron un trasmallo, una red fija con flotadores de corcho
y plomos para hundirla lo suficiente, al amanecer dos grupos
con ramas alborotan las aguas para que los peces queden atrapados
en la red de tal manera que se consiguieron varios kilos
de ricos peces.
Otra alternativa de pesca, esta no legal, era machacar una
planta verde sobre las rocas, contenía algún tipo de veneno para los
peces, éstos subían a la superficie del agua y solo había
que cogerlos con la mano.
También mediante la explosión de dinamita, esto también
estaba prohibido, en el agua que dejaba a los peces medio atontados y
fácilmente “pescados”. Estas fórmulas estaban
penalizadas evidentemente, pero en épocas de hambruna cualquier
alternativa de supervivencia humana se podía comprender y
supongo tolerar.
El entorno donde se ubicaba el molino era virgen, las golondrinas
hacían
sus nidos en las rocas cercanas al río, las oropéndolas,
un hermoso pájaro, en las ramas de los árboles sobre las
aguas de los arroyos, perdices y conejos cruzaban las sendas confiados,
milanos y otras bonitas aves de presa volaban constantemente vigilando
los alrededores, en definitiva aquello era mucho más interesante
que la vida en el pueblo para un niño en pleno descubrimiento
de la vida. Recuerdo ir montado en una de las caballerías y mi
padre enseñándome la tabla de multiplicar para que
no me durmiera pues el suave zarandeo del paso era como un arrullo
inevitable.
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Picón de la Mora |
Comarca de la Ramajería: Así se denomina ésta subcomarca
de las Tierras de Vitigudino, es una demarcación etnográfica
y agraria desde hace miles de años puesto que ya en tiempos de
los romanos la zona era de mucha importancia debido a los recursos naturales
que se encontraban dentro de sus límites que entonces eran muy
amplios, incluso dentro de la Lusitania, se producían buenos cereales,
el clima benigno era ideal para los cítricos, cerezos, olivos,
vides etc. etc. incluyendo Las Arribes del Duero, actualmente calificados
Parque Natural.
El nombre de Ramajero se aplica al ganado vacuno que en los meses
de escasez de pastos la alimentación era a base de ramaje o ramón,
de ahí el término de ramoneo o alimentación de las
ramas y tallos que eran en esos meses la única alternativa alimenticia
del ganado vacuno. Estos términos los recuerdo perfectamente cuando
de niño los escuchaba en el pueblo.
Día 15-06-2024. Aunque hoy no completaré mis deseos puesto
que toda esa zona al sur del término municipal de Encinasola
de los Comendadores ha sufrido importantes cambios durante estos últimos
30/40 años, sobre todo en la geografía, caminos, trochas,
senderos y pistas que han cambiado radicalmente la percepción
que yo tenía de todo el conjunto, además la naturaleza
también ha modificado en buena lógica los espacios por
donde nos desplazábamos entonces, al mismo tiempo se han alambrado
y cerrado grandes extensiones de terreno para el mantenimiento del
ganado vacuno y caballar.
Aunque la parte positiva del cambio ha sido que ahora las pistas
y caminos, incluso para el tránsito de vehículos agrícolas
han permitido el desplazamiento mucho más fácil y rápido
incluso para caminantes y senderistas.
Nos dirigimos a Encinasola de los Comendadores, Alberto, su
esposa Elena y mi nieta Silvia para encontrarnos con mi primo Ángel quién
tiene casa en dicho pueblo, aunque no vive realmente aquí, pero
al comentarle nuestro viaje, de inmediato se puso a nuestra disposición
para lo que fuera menester. Así pues preparamos nuestros macutos
con el almuerzo y buena dosis de líquidos puesto que por allí no
es fácil encontrar manantiales o fuentes de donde beber, nos
ponemos en marcha hacia las 11h15m cruzando las solitarias calles
de Encinasola viendo con tristeza el abandono de casas, corrales y dependencias,
algunas en absoluta ruina y deterioro.
La calle desemboca en el sur del pueblo al lado del Arroyo
de la Bardionera, aquí tomamos un camino de tierra amplio en esta soleada mañana
de primavera con una temperatura muy agradable que no superará los
23 grados, incluso en la sombra el ambiente será hasta fresco.
Nos hallamos en pleno Parque Natural Arribes del Duero, un amplísimo
espacio físico al noroeste de la Provincia de
Salamanca en el
límite con Zamora y Portugal, un importante espacio natural
protegido.
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Ascenso al Picón de la Mora |
Al irnos internando en el campo escuchando los sonidos de la
naturaleza, pájaros, el viento moviendo las ramas de robles y encinas sin
ningún rumor o ruido que altere la quietud y placidez del entorno,
además contemplando los espacios en grandes distancias puesto
que el día es de una luminosidad increíble, tenemos una
sensación de felicidad y placer de libertad, bueno con la excepción
de las alambradas a ambos lados del camino, quizá lo único
que rompe algo la sensación hasta que nos acostumbramos a
ello.
Aparte de caballos, vacas, un par de alimoches, milanos y
pájaros,
ningún ser humano tendremos a la vista, por tanto la soledad será absoluta.
Dejamos a nuestra izquierda lo que fue la Fuente de
la Mata de las Rodillas para entrar en el Valle
el Mesto y en suave ascenso llegar al Teso
la Rebejal (719m) para iniciar un suave descenso
por la izquierda del Valle
de los Jabalíes a través de un sendero que nos lleva al
Camino de Picones tomando a nuestra derecha
pasando muy cerca de la Charca
de la Carbonera, antes giramos a la izquierda por
otro camino que nos desciende, pasando por una finca con
caballos y llegar al puente sobre
el Arroyo de la Rebofa, en ascenso unos
metros una cerca metálica
cierra el paso, abrimos y penetramos en zona de ganado vacuno a través
de un sendero entre encinas y robles, se denomina el entorno Fresnogordo,
al fondo del otro lado de la depresión del Arroyo
de la Rebofa vemos unas instalaciones ganaderas.
El sendero que seguimos nos lleva a la base del Picón de la Mora
(673m) ya a pocos metros de la gran depresión del Río
Huebra.
PICÓN DE LA MORA.
El Picón de la Mora es un pequeño castro prerromano situado
sobre un cerro rocoso en el extremo occidental de la provincia de Salamanca.
Es especialmente importante por su sistema defensivo, que consta de muralla,
foso y piedras hincadas, así como por la presencia de un santuario
a unos 70 metros del lienzo noroccidental de la muralla. Su escaso dominio
visual y control sobre el territorio circundante, sin relación
directa con otros yacimientos de la Edad del Hierro de la zona, puede
explicarse si lo consideramos como un centro religioso del poblamiento
del Occidente Salmantino durante la Edad
del Hierro.
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Muralla del Picón de la Mora |
Esto es un extracto del Estudio de arqueología elaborado
por el Prof. Ricardo Martín Valls. Una muy
interesante explicación de lo que ahora vemos y diría
que casi tocamos puesto que el entorno está cubierto
por la maleza y no sería conveniente que este espacio
fuera alterado por el acceso de personal ajeno al estudio
científico de la zona específica.
Así pues buscamos un lugar donde dar cuenta de la merienda que
nos tenemos merecida, son las 13h30m, bajo la agradable sombra de una
gran encina donde curiosamente hay dos rocas para el papel de mesa, una
buena ración de hornazo y una botella de vino Ribera
del Duero,
además de postre una Trenza de San Jorge harán las delicias
de este almuerzo campestre con la compañía de algunas
vacas que siguen el camino hacia su propio almuerzo, suponemos.
Nos acercamos a unas altas rocas desde donde contemplamos
las hoces del Río Huebra, no podemos
ver el fondo y base del río por
ser bastante profundo el barranco, además la espesa vegetación
añade el impedimento. Iniciamos ahora el regreso sin haber descendido
a contemplar el Molino del Salto de mi
abuelo, lo dejamos para otra ocasión
más propicia. En lugar de retornar por el sendero del final, optamos
por seguir un camino más apropiado y cómodo, hasta llegar
a la verja metálica y tomar definitivamente el camino por
donde vinimos.
Llegamos a Encinasola a las 16h, Ángel nos
espera en su casa para invitarnos a unos refrescos y amena
charla donde le detallamos nuestra
experiencia en la excursión, luego volvemos a Salamanca donde
damos un agradable paseo por la bonita ciudad charra y
luego retornar a Madrid.