LLANÇÁ – CAP
DE CREUS Kmts. 22
Día 31-5-96. A las 7 de la mañana salimos del hotel, llevamos únicamente una mochila pequeña, con lo imprescindible. Como todos los días despejado y buena temperatura. Subimos a la parte alta de Llançá para localizar el camino que se dirige a Sant Pere de Roda. Unos trabajadores del ayuntamiento nos confirman la calle que sube y al terminar comienza el mencionado camino, que va tomando altura por la ladera norte y que en algunos tramos tiene la apariencia de vieja calzada romana, por su dimensión y piedras lisas en su base.
En algunas zonas húmedas de barrancos hay mucha vegetación, el resto es monte bajo, aulagas, matojos, escobas, etc. lo que dejó el gran incendio del 86. A medida que ascendemos vamos teniendo completas vistas de la costa, hasta la frontera de Port Bou y la zona montañosa de la Sierra de Albera, recorrida ayer. Ya en lo más alto, a unos 500 mts. de altura, la vista es completa en todos los sentidos, incluso las altas montañas nevadas del noroeste, que nos han acompañado los días anteriores.
Además de toda la península del Cabo de Creus, con su espectacular aspecto volcánico. A nuestros pies el blanco y abrigado pueblo del Port de la Selva. Sin peso la subida ha sido muy fácil. Nos dirigimos al Monasterio de Sant Pere de Roda, románico, ahora en restauración y muy reconstruido, pero en un extraordinario escenario, protegido por una fortaleza en lo alto de la montaña, muy arruinada. Dejamos a nuestra derecha, en un alto, la Ermita pre-románica de Santa Helena. Como son las 9 y hasta las 10 no se puede visitar el Monasterio, nos tomamos un ligero desayuno, en una fuente en la ladera norte con merenderos y grandes árboles. Enseguida iniciamos el descenso por la senda, que va cortando las curvas de la carretera hacia el Port de la Selva.
En un punto nos topamos con un hombre de aspecto magrebí, que estaba durmiendo entre unos matorrales, hemos supuesto que sería un inmigrante ilegal que se dirige a Francia, haciendo el camino de noche, para no ser descubierto y de día se esconde a dormir. Desde el monasterio nos acompaña un perro vagabundo y que no hay manera de alejar, resulta peligroso cuando vamos por la carretera. Que bonito pueblo el Port de la Selva, muy recogido, con una gran playa, eso sí con muchos cantos, igual que todas las que hemos visto, pero de aguas cristalinas. Hacemos una breve parada y continuamos, para terminar ésta jornada, que es la última de esta etapa. Iniciamos el recorrido, ascendiendo por un camino, dejando a nuestros pies la bonita Cala de Tamariua, para seguir y pasar por delante de un derruido monasterio (Sant Baldiri).
Aunque hace sol, la brisa que viene del mar es fresca y húmeda, muy agradable. Toda esta zona, como decía en otra parte, se quemó en el año 1986, debió ser un incendio tremendo. Bajamos a la Cala Tavellera y no podemos evitar la tentación de darnos un chapuzón en sus tranquilas y solitarias aguas. Solamente un yate con tres personas tomando el sol en la orilla. Inolvidable momento. Las señales del GR desaparecen, el dueño de una gran finca las ha borrado, nos perdemos, retrocedemos, pérdida de nuevo, al final y después de muchos tropezones, damos con el camino correcto.
Acercándonos al Cap de Creus, cada vez más vehículos y caravanas franceses, que bajan por estrechas sendas a pasar el día en las solitarias y hermosas calas. Increíble la luminosidad. A las 3 llegamos al Faro, hacemos las fotos de rigor, disfrutamos del entorno, que es asombrosamente bello, unos contrastes entre el intenso azul del mar y las rojizas rocas de alrededor. Comemos en el restaurante y llamamos a Paco, el taxista de Llançá, nos viene a recoger a las 4,30. Bajamos en Cadaqués y hacemos un pequeño recorrido por el puerto y sus blancas calles, en todos los lugares el recuerdo y sombra de Dalí. Regresamos a Llançá, recogemos las cosas del hostal y tomamos el tren a las 7,30 para casa. No puedo por menos recordar la partida del Cabo Higuer, en un día lluvioso y plomizo, cara y cruz del inicio y término del GR 11.
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