MOJÓN
DE LA VÍBORA – JIMENA DE LA FRONTERA – CASTILLO
DE CASTELLAR Kmts. 46
Día 15-4-02. El taxista, con quién había apalabrado anoche, está puntualmente a las 8 de la mañana a la puerta del hotel para trasladarme hasta la Venta del Mojón de la Víbora y a las 8,30 tomo, decidido y con mucha alegría en el cuerpo, la carretera que se dirige a Cortes de la Frontera y por ella camino durante unos 3 kmts.
La mañana está espléndida, el cielo despejado y la atmósfera transparente y pura, la intensa lluvia de ayer, a pesar de habérmelo hecho pasar mal, me permitirá disfrutar de un maravilloso día. Según voy ascendiendo por dicha carretera, el sol comienza a penetrar a través del espeso bosque de alcornoques, la verde y húmeda hierba comienza a despedir el vaho según la van calentando los potentes rayos de sol. Son las primeras representaciones de lo que vendrá a continuación, la exuberante vegetación me comienza a mostrar los centenarios ejemplares de quejigo y alcornoque, los primeros con las hojas recién brotadas de un verde muy intenso. Los viejos alcornoques enviando sus gigantescas ramas, como si rogaran pidiendo agua y sol, sus enormes troncos mostrando la negrura de su cuerpo, a todos ellos se les ha liberado de su gordo abrigo de corcho. Bordeo el Peñón del Berrueco y sus calcáreas estribaciones dentadas, contrastando con el intenso verdor de sus alrededores.
Abandono la carretera a través de una pista forestal a la derecha, para penetrar de lleno en el Parque Natural de los Alcornocales, en las próximas 4 horas no volveré a ver ningún ser humano hasta llegar a Jimena. La señalización del GR es la adecuada y muy bien realizada, de no haber sido por las balizas, me hubiera confundido unas cuantas veces, pues hay muchas bifurcaciones y cruces, además de, en algún caso, la pista poner fin y se acabó. Por todos los arroyos bajan las cantarinas aguas en un ambiente radicalmente diferente a las zonas recorridas el día de ayer, donde las aguas desaparecían filtradas hacia las simas y cavidades calcáreas, por aquí hay un manto de tierra grueso y fértil que permite, no solo la absorción de importantes cantidades de humedad, si no que cualquier árbol adquiera dimensiones gigantescas.
Por momentos he de recordar que no estoy en el norte de la península, pues fácilmente se confundiría cualquiera. La senda circula entre los 700/900 mts. de altura a través de varias lomas que separan las aguas del Río Guadiaro y Hozgarganta, aunque más abajo se junten ambos, lomas como la Calderona, del Castillo, Carrera del Caballo, Loma de Marín y Loma de la Umbría. Varios lugares hacen referencia al antiguo oficio de los arrieros, Fuente de los Arrieros, Camino de los Arrieros, etc. viejas ventas ahora derruidas, majadas, ranchos, etc. etc. Antiguos oficios que a través de esos viejos caminos, hoy desaparecidos, comunicaban unos pueblos con otros, recorridos por tratantes, contrabandistas, arrieros, pastores, etc. etc. A veces vuelvo la vista atrás y desde estas elevadas atalayas contemplo la Sierra de Grazalema, Sierra de Ubrique y Sierra de Líbar, algo más al nordeste la Sierra Bermeja y sobre todo la profunda depresión del Río Guadiaro.
A la altura de las ruinas de la Venta Marín, abandono la pista y tomo un camino embarrado que al poco rato se convierte en estrecha y poco pisada senda, aún siendo muy escasas las balizas blanca y roja, me permiten seguir el itinerario para comenzar a descender por la Garganta de Diego Díaz, por aquí llamadas “canutos”, lugares muy húmedos, con agua en su cauce y mucha vegetación, a veces cruzo el arroyo en varias ocasiones y por momentos me detengo a escuchar con atención el ruido del bosque, algún pájaro carpintero con su taca-taca sobre la madera, el cuco y su canto primaveral, las palomas torcaces y los arrendajos, además del refrescante murmullo del agua al caer en pequeñas cascadas.
He pasado al lado de varias estaciones meteorológicas, pequeñas casetas con placas solares que realizan determinadas mediciones climáticas. Alrededor de las 12, aún desde mucha altura, doy vista al Campo de Gibraltar, todo un derroche de verdor sobre todo cuando el sol lo ilumina, aún tardaré otra media hora en dar vista a Jimena de la Frontera. A la altura del Cerro del Bujeíllo una numerosa colonia de buitres me sobrevuela a pocos metros de mi cabeza, es paso obligado para ellos, ahora comienzo el descenso por una pista, embarrada como es costumbre, ese barro pegadizo que se acumula en mis botas y eleva la estatura varios centímetros y también mi peso en algún kilo. A la altura de los Tarales, a 500 mts., doy vista a Jimena y su elevado castillo sobre una abrupta roca, destaca el conjunto blanco de sus casas con el intenso verde de los alrededores. Ahora la senda parece más transitada y sin barro, por tanto el descenso lo hago deprisa, entro en Jimena a las 2,15 y en el primer bar entro a tomar una fresca cerveza, como sirven comidas y veo sacar de la cocina una suculenta ensalada, tomo asiento y devoro la ensalada en un dos por tres, además de un buen café doble. Cruzo completamente Jimena, ubicada en la ladera del escarpado cerro donde su ubica su castillo y me dirijo a cruzar el Río Hozgarganta por un puente al lado de un viejo molino restaurado.
Tomo un camino, que un paisano del pueblo ha llamado “Real” y que sale a la izquierda, a unos 50 mts. del puente, para cruzar un espeso bosque de alcornoques y gigantescos eucaliptos, en otros tramos por sembrados muy verdes y planos, eso sí, siempre entre lodos y barro. Durante varios kilómetros aburridos, al lado de la vía del tren, haciéndoseme pesados y largos, gracias que en un momento, entre la alta y verde hierba, una cigüeña en busca de comida, me deja acercar a pocos metros, eso sí vigilante y en el momento en que la fotografío, levanta el vuelo con su característica elegancia. En el P.K. 147 de la vía, la cruzo a la derecha y tomo un camino que después de pasar al lado de dos grandes cortijos, El Espadañal Alto y el otro del Olivar, comienzo el ascenso para cruzar a la vertiente del Río Guadarranque. Antes de llegar a la parte más alta, llamada Cerro de los Frailes, dos ciervos que comen tranquilamente, salen disparados al sentirme muy cerca y algo más adelante un águila posada en lo alto de un alcornoque se eleva con rapidez al notar mi presencia. En una curva del camino, cuando estoy a bastante altura y siendo las 7, doy vista al Peñón de Gibraltar y La Línea, ahora iluminados por el sol de la tarde, otros 15 minutos y para mi sorpresa, me encuentro en la entrada del Castillo de Castellar, castillo de construcción defensiva militar musulmán de los siglos XII-XV, en restauración con la intención de conservar el aspecto original, tanto externo como interno, pues dentro del mismo se halla un conjunto de viejas casas con estrechas callejuelas y que se han convertido en hospedería (TUGASA casas rurales).
El
encargado me asigna una justo enfrente de la recepción, probablemente soy el único huesped,
el restaurante está en obras y solo una pequeña tasca,
el dueño muy aficionado al cante jondo, donde me tomo una
ración de queso, lo único posible, además de
un vaso de vino y a las 10,30 en mi “casita” a descansar.
Desde la ventana tengo a la vista, a mis pies, el Embalse
de Guadarranque, estoy 150 mts. más alto que el pantano. |